Una tarde cualquiera de miércoles…
«Me encuentro delante de un grupo de profes que han decidido después de su larga e intensa jornada dedicar unas horas extras a reflexionar, aprender y ver de qué modo pueden acompañar emocionalmente a sus alumnos y aprender buenas prácticas para una mejor convivencia.
Hicimos un mapa. Para no perdernos. Un mapa para saber dónde estamos a cada paso y a dónde queremos llegar. Un mapa en el que se recogieran todas aquellas situaciones que, a diario nos ponen a prueba como profesor.
Y salieron cosas variopintas pero reales. Salió cuando no saben hacer fila, cuando se medio empujan unos a otros por ir de primero, cuando son insistentes para que les mires, les corrijas, les escuches…
Cuando te meten el papel por delante del que estás leyendo porque no son capaces de esperar…
Cuando son extremadamente ruidosos o cuando están haciendo «ruiditos» constantes, que perturban tu tranquilidad y ponen a prueba tu paciencia.
Salió cuando tienen emociones desmedidas y no sabemos cómo acompañarlas, cuando se tratan mal entre ellos…
A veces cuando nos quedamos en los retos que tenemos, esta sensación de no llegar a todo como profe o de no saber muy bien qué hacer te paraliza…o te agota…
¿Los retos como profes nos paralizan?
¡¡Para nada!!, vamos a transformar esta energía en esperanza, esa primera esperanza que aflora del profe que cree que todo puede cambiar. Esa esperanza que se va llenando y llenando de la confianza del profe que cree que mañana será un día mejor.
Y así poco a poco, fuimos aterrizando en cada uno de los principios Adlerianos y tratando de conocer esta filosofía de vida que sólo entiende de respeto mutuo, de interés social y de enfoque en soluciones, como base para el aprendizaje de habilidades futuras.
Y como en este grupo interesaba mucho mucho la gestión emocional y la resolución de conflictos, igual que un fontanero conoce perfectamente el funcionamiento de una lavadora y un electricista de todos los circuitos eléctricos de una casa, nosotros, maestros, profes, necesitamos entender al menos un poquito cómo funciona la maquinaria principal del ser humano: su cerebro.
Por ello empezamos a hablar de cerebro reptiliano, de cerebro medio, de despertar al León, de destaparse….
Cómo recuperar cerebro pensante y de todas aquellas cosas que podemos hacer para ayudar a nuestros niños a entrenar habilidades de autocontrol. Y para tratar de conseguir ser un buen ejemplo de ello.
La palabra convence, el ejemplo arrastra.
Oye, que me olvidaba, no he hablado del ejemplo. Comenzamos preguntando en quién se miran los niños. Comenzamos hablando de quién les da ejemplo de respeto, de cordialidad, de amabilidad y de cómo hablar tranquilamente y escuchar…
¿Quién les da ejemplo de autocontrol, de gestión emocional, de madurez…?
Y vimos como la palabra convence y el ejemplo arrastra.
Y como pasa todos los talleres, así poquito a poco, como quien no quiere la cosa, a través de una dinámica, de un juego, de un ejemplo, vamos desmenuzando y comprendiendo lo que supone ir más allá de la conducta, no dejarte llevar sólo por lo que estás viendo…
A ese niño que por cuarta vez se deja las tareas en casa, a ese niño que por decimonovena vez se levanta sin pedir permiso y mueve al compañero de al lado y distrae al del otro, a ese niño que juega a lo bruto y tira todo aquello que se cruza por su paso.
Ese niño que habla gritando o me contesta mal, que no pone de su parte y que parece que no tiene ningún interés en aprender….
Vamos a mirar debajo, qué hay detrás de estos niños, que hay debajo de su conducta, qué necesidad tiene sin cubrir o qué habilidad le falta y espera a que yo, su maestro, pueda trabajarla, puede entrenarla con él de su mano, cada día, en cada momento….
Y, cómo hacerlo?
Como decía Alfred Adler «¿En qué cabeza cabe que para que un niño aprenda tiene que sentirse mal?
Por eso, no vamos a hacerlo desde el error que hay que penalizar, desde la vergüenza, desde la culpa… 1.- Vamos a hacerlo desde la conexión, tratando de ser firmes y amables al mismo tiempo, porque sí vimos como fácilmente cuándo empiezas a gritar un niño, cuando le miras desde arriba, le levantas el dedo índice moviéndolo intensamente de delante atrás y de atrás adelante, la adrenalina se hace cargo de tí y descargas toda esa tensión que tienes, parece que te vacías, y también te dejas llevar por completo, pierdes los papeles…
Y también haces daño al que tienes enfrente. Se siente pequeño, insignificante, sólo.
Está deseando desaparecer, esconderse…
A lo mejor sencillamente, se ha desconectado del ahora, para sobrevivir… Y se está acordando de este verano cuando estaba en lo alto de un manzano con su madre comiendo el manzana Rica madura a la sombra de un árbol con el calor que hacía, ya no te escucha, ya no está aprendiendo, ni siquiera sabe por qué te has puesto así.
Pronto volverá al lugar donde estás, cuando ya te hayas callado, cuando hayas terminado, tú te estarás debatiendo entre una culpa horrorosa y un orgullo de haberle enseñado lo que es bueno. Verás que él no ha aprendido nada. Lo único que le estás enseñando es a protegerse. A desarrollar un mecanismo de defensa, cuando algo le haga tanto daño, que no pueda estar, ni escuchar, ni permanecer, le estás enseñando a desconectarse.
2.- Vamos a hacerlo desde el ALIENTO. El aliento es nuestra esperanza, la salvación que necesita un niño cuando las cosas le están saliendo mal. Decía Adler que «un niño necesita aliento igual que una planta necesita agua».
Y entonces aprendimos que el aliento no se regala porque sí, que no es mentira, no es alabanza, no puede sonar a algo artificial porque debe de ser objeto, descriptivo, real. Y vimos como un profe que entrega aliento a cada paso convierte a su pupilo en un aprendiz constante, motivado, alentado a ser mejor en cada momento, a superarse cada día.
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